Acudí ilusionado, posiblemente la ingenuidad se adueñó de mí. Fue una cita a través de Internet.
– He leído tu página y me gustaría conocerte, hacer amistad y…lo que salga. – decía.-
– Mándame una fotografía y así te reconoceré.
Me mandó esta foto, ¡Que mujer!
El día, la hora y el lugar se hicieron para mí una quimera, ¡Como lo esperaba!… Bueno uno también tiene derecho a hacerse ilusiones, ¿No?
Me había dicho que vestiría un traje rojo escotado con una flor en el lado del corazón.
El recorrido hasta la céntrica cafetería se me hizo largo, entré en el establecimiento diez minutos antes, para poderla observar cuando apareciera.
Diez que llegue antes y diez que tardó ella, fueron veinte minutos y cuando pensé que ya no vendría, pude ver a través del cristal un vestido rojo.
La puerta se abrió, apareció la flor –me refiero a la del pecho -, pues el resto no tenia nada de floral.
Estaba turbado, confundido, no podía pensar, pero como ella me conocía por la Web, se dirigió claramente hacia mí y sonriendo me dijo:
– ¡Hola Vicente!
– ¡Hola!- correspondí al saludo levantándome.-
Tenía la fotografía sobre la mesa junto a una cerveza. Había adoptado esta medida no fuera a ser que se me pasara el reconocerla. Ahora me esforzaba por mirar de reojo la foto para encontrarle algún parecido. No sabía que decir.
– Bien… estoy esperando a una señorita…
– Si claro a mí, no ves mi vestido rojo y mi flor…
– Si…si. Pero el resto no se corresponde.
– ¡Que tonto!, fue un error y te mande confundida, la fotografía de una amiga.
Se me ocurrió preguntarle.
– ¿Y no podría venir tu amiga?
Me lanzó una mirada de desprecio, que yo agradecí, que quieren que les diga, dio un golpe con el bolso sobre la mesa derramando el vaso de cerveza – fina tampoco era – y se marchó muy digna.
¡Que cosas tiene Internet!