Marcial, altivo, lento como pesado ‘tanque de combate’ marcha el caracol con su férreo caparazón a cuestas. Parece un ser de la época prehistórica.
Tras de sí deja un surco plateado, y sigue avanzando, se refresca con el agua de lluvia, avanza, come tiernos vegetales, sigue avanzando desafiante, con su cuerpo bizarro, arrogante, cual imaginarios periscopios sus ojos instalados en las antenas otean el horizonte, para seguir avanzando.
Transita confiado, mientras la luz del día languidece, surge el crepúsculo, antesala de la noche y sigue ava… ¡Alto! ¡Ya no!, una mano lo eleva y lo mete dentro de una cesta, allí se encuentra con otros semejantes que como él, ya no avanzan.
En el interior encuentra ramas de romero. Es una última cena, antes de servir de ‘ídem’ para el hombre.