Francisco Ponce Carrasco

JUGANDO CON JUGUETES – «Reposición». El Ventanuco

El Ventanuco (artículo prensa)

Cambian los juguetes, pero no la ilusión de los niños, padres y abuelos. La tradición perdura

Antaño paseando por las calles de Valencia – sobre todo por las antiguas, que todavía hoy conservan nombres sabrosos- era frecuente ver en alguna planta baja a los artesanos de una industria tremendamente simpática: la de los juguetes humildes, esos juguetes de cartón moldeado que endulzaban la vida de los niños cuyos padres no conocían la opulencia, y si el trabajo… cuando lo había.

En las proximidades de los días consagrados a los Reyes Magos, que vienen todos los años del lejano Oriente con una carga de regalos para la chiquillería, llegaban a estos almacenes y se suministraban de caballitos.

Por aquel entonces en las calles se escuchaban los cascos de las caballerías y lógicamente los niños pedían “caballitos de cartón” o un aro, las niñas por lo general una “pepona” y ambos, a veces, hasta un modesto triciclo.

Hoy las avenidas están invadidas por ruidos de potentes coches y motos, lo que seguramente invita a los peques a pedir bólidos de cuatro o de dos ruedas, con mando a distancia.

La industria del juguete ha crecido de forma inimaginable en la (Comunidad Valenciana tenemos varios ejemplos) y los que andamos entre dos épocas, disfrutábamos hace años con los juguetes rudimentarios, que tenían como incentivo la gran carga de imaginación que se nos exigía, para hacer volar los sueños simplemente arrastrando una caja de cartón tirada de una cuerda como si de un camión frigorífico, actual, se tratara.

Ahora participamos de los juguetes de alta tecnología de nuestros nietos, y aprendemos sobre seres de otros mundos y de coches o helicópteros que funcionan solo con pilas… si conseguimos que nos dejen jugar con ellos un rato.

Tanto ayer como hoy la noche de Reyes es mágica y al día siguiente, toca disfrutar con ilusión de los regalos.

Los niños, afortunadamente, continúan siendo niños. Y los mayores también. Solo que – como decían los versos de Edmundo de Rostand :

 

<< hay que dar a cada cual su juguete indicado… >>.