Los que nacimos respirando aromas del mar Mediterráneo, curtida la tez por el sol, ojos acostumbrados a colores vivos e intensa luz Sorollesca, podemos considerarnos venturosos. A pesar de ello, con cierta frecuencia, en la búsqueda incansable de lo hermoso miramos hacia las tierras del interior, ambicionando otras latitudes, paisajes abiertos o de vegetación boscosa y sobre todo la albura de la nieve en campos y tejados.
Como dijo Gustavo Adolfo Bécquer: “El espectáculo de lo bello, en cualquier forma que se presente, levanta la mente a nobles aspiraciones”.
La localidad de Alfambra (Teruel) que significa, tierra roja, cada año en invierno acude vestida de blanco cual novia en bodas, a su cita con la naturaleza.
Los verdes montes de espesos pinares, las casas de tejados caldera, todo cubierto de un blanco manto de nieve y el aliento que al respirar escapa en un efluvio igualmente blanco, por efecto de la temperatura.
El espectáculo te invade en una paz interna, como si el tiempo se detuviera, algo difícil de explicar para los que no estamos habituados a estas imágenes, tan distintas y a la vez tan portentosas.
Por la noche al dormir y con los ojos cerrados no puedes apartar de la mente el refulgente paisaje nevado que te solaza y eleva a lo etéreo.
Así es ALFAMBRA, una larga luz blanca en los cortos días de invierno.