…arrebatando a la madre naturaleza su aroma de azahar, cálida temperatura y refulgente cromatismo que invade la ciudad donde ya bosteza la primavera.
Sus avenidas parques y jardines hacen suyos los colores y desde el malva a los mil tonos de verde son un placer para la vista.
Uno de los varios puentes que sobre el viejo lecho del río Turia – hoy desviado fuera de la ciudad- unen las arterías vitales de la circulación y cuyo anterior cauce reconvertido en zona lúdica y deportiva, sirve a propios y extraños, de plácido recreo dominical a lo largo de 12 kilómetros aproximados. En la lejanía pretérita de oscuro recuerdo acude a mi mente octubre del año 1957 cuando una infausta riada inundó la ciudad cobrándose vidas y ocasionando cuantiosos daños materiales.
En la actualidad amplias zonas de palmeral custodian caminos de jardín junto a fuentes ornamentales con chorros que se elevan al cielo, azul cielo, y estanques artificiales de agua.
Tupidas pinadas dan esparcimiento para quienes gustan de tomar el sol o sombra donde cobijarse y acoger la suave brisa en deliciosa dádiva los días de asueto.
De nuevo un antiguo ojo de puente nos muestra la visión de una ciudad que en días festivo se puede disfrutar mucho mejor por cuanto sus habitantes emigran al monte y playa dejando su espacio para los que ahora la recorremos, sin demasiado tumulto.