No se muy bien si se trata del sosiego que en estos parajes se respira, si son lo espacios abiertos o simplemente curiosidad, lo que me hace mirar al cielo cuando me encuentro en Santa Eulalia del Campo. Al mirarlo lo admiro, me parece hermoso y me deleita, entonces lo fotografío para mostrárselo a ustedes. ¡Por si también les gusta!
Son cielos que infunden estados de ánimo controvertidos, nada homogéneos, más bien envueltos en la bruma de lo apócrifo pero una cosa está clara son cielos con baja o ausencia de polución.
Algún árbol medio seco que en aquellos contornos sobrevive a los duros inviernos, levanta una sola mano en rama que de su tronco nace intentando atrapar la vida en un último brote de esperanza y clama por la primavera-verano que en estas latitudes se hace remolona y ronronea y se esconde entre fríos y soles tímidos.
Algo parecido le ocurre a este magnífico edificio que fue escuela entre los años 50 al 80 del pasado siglo, ahora resiste se afianza en su solar, reta a las tormentas que le hacen perder alguna puerta o cristal de sus ventanas, mientras confía en que acudan a su rescate lo restauren y lo utilicen para albergar alguna función con arreglo a su gallarda imagen y sólida construcción.
Es el sabio destino quien conoce su futuro, quien sabe si con el tiempo, más tiempo. ¡Todo puede ser posible!