Leche merengada, canela, limón y horchata, son sabores y aromas nuestros, el café granizado y la sangría, que fresquita y ligera pasa atrevida por nuestra garganta aliviando las altas temperaturas.
Somos pueblo dado a las especias que nos llegaban desde oriente a través de la ruta que pasa por Venecia, Génova y Nápoles; y de todas ellas fue la canela de Ceilán a la que se le atribuye un efecto excitante, la preferida.
Las especias, tomaron máxima importancia en nuestra cocina desde épocas inmemoriales, cuando se descubrió la raíz de la galanga procedente de Sumatra; la malvasía y el picante jengibre, que gozó de las más encendidas alabanzas del valenciano Joanot Martorell en su “Tirant lo Blanc”.
En la tertulia de la sobremesa, luego de una buena y abundante comida o cena, siempre en busca del placer gustativo, el néctar refrescante de estas exquisiteces son aromas que se filtran por las persianas echadas y ponen su preludio a ese duermevela en la mecedora de rejilla color miel, que permite soñar con cosas placenteras. Como la espera de unas nuevas y cercanas vacaciones.