Suena y suena…el sonsonete de números y premios, pausa, ahora el traquetear de las ‘bolitas’ dentro del bombo que está dando vueltas y más vueltas, otra vez la pertinaz tonadilla. Frente a la televisión, con cara de expectante iluso, trato de perseguir y memorizar los premios que aparecen en la pantalla que compruebo con una lista de números que copié de los décimos y participaciones que juego.
Es media mañana y todavía no se ha producido la soñada revelación de la ‘bolita’ con el gordo de Navidad, que en algún lugar hará saltar de sus asientos o puestos de trabajo o del volante, si se encuentra conduciendo – ahora con los móviles las noticias vuelan – y la alegría traerá una euforia desatada proporcional al tipo de premio y cantidad que se juegue.
Sigue la cancioncita, tengo agotadas las postura en el sillón, son tres horas de espera y se resiste a salir por un lado me cansa por otro aumentan las expectativas.
De pronto cantan un número que no pude escuchar bien, la mano del niño tapa el alambre, su voz se quiebra y con sonora entonación anuncia que es el ‘Gordo de Navidad’…tiemblo, afino el oído, espero, se que cualquiera que sea su última cifra la tengo, puesto que juego de todas las terminaciones, ¿ y si fuese el mío?… lo repiten, sale ampliado y nitido en la pantalla, miro con avidez y me siento, ya ven a algunos los levantara de su butaca, a mi me hunde en ella, ¡nada!
Entorno los ojos, recapacito y me digo: “Caprichosa fortuna, esquiva divinidad que te presentas de frente o das la espalda, no te dejas alcanzar por quien te persigue y sin embargo, en muchas ocasiones te echa en brazos del primero que pasa”.
¡Que alegría dan los reintegros!