Si somos capaces y soportamos ver unos cuantos telediarios con noticias del mundo, quizás comprendamos que nuestro eterno inconformismo no tiene mucho sentido.
No es que las desgracias ajenas deban de existir, ni sean objeto de comparación, pero con frecuencia no valoramos lo que tenemos, ni donde habitamos, ni en la suerte de no padecer guerras, ni éxodos.
En nuestra sociedad de consumo, la suerte, solo es poseer cosas, derrochar, viajes exóticos, un traje nuevo, cambiar de coche, son signos de mejora que mostramos ufanos.
Todo es lícito, pero quejarse de mala ‘suerte’ es un claro desprecio hacia una parte del mundo que ni conoce esta palabra.
“No solo la suerte es ciega, sino que hace ciegos a aquellos que favorece” (Cicerone)