Un agricultor que en sus tierras sembró, viendo que las semillas no germinaban sus ahorros se gastó, compró abono y lo extendió. El cultivo tomo fuerza, creció y de espigas el campo se llenó.
Entonces acudieron muchos pajaritos, en bandadas, a comerse el trigo y el agricultor viendo que su cosecha se perdía, tuvo que poner varios espantapájaros con viejos pantalones, chaquetas y sombreros que los vecinos le dieron. Parece que solo resultó a medias y los astutos pájaros, tras abandonar el lugar, de cuando en cuando regresaban.
Llego el tiempo de recolección, un mar de doradas espigas se mecían suave y fértiles, impulsadas por el suave viento. Los aperos preparados, también la cosechadora y el tractor. Se metieron al campo y la siega comenzó, cuando andaban por el centro algo les llamó la atención, en el suelo un águila herida se encontró, la cogieron con mimo y la colocaron en un capazo de esparto, se la llevaron a casa, la curaron y de nuevo el animal restablecido, pudo volar.
Cada año, agradecida, el águila vigila sobrevolando los campos de trigo y aleja a los intrusos pajarillos que la mies intentan comer. Ya no hace falta espantapájaros ni nada por el estilo, el águila surca majestuosa el cielo azul y solo con su presencia los ahuyenta, sin hacerles ningún daño.
Nuestro refranero, que es sabio, sustenta: Es de bien nacido ser agradecido. Por fortuna el águila lo había leído.