Francisco Ponce Carrasco

¡Vaya, vaya!…aquí hay playa.

Con el verano crece la necesidad de ir a la playa, tomar el sol, bañarse en templadas y tranquilas aguas. Allí acudimos todos, julio y agosto por excelencia son los meses más concurridos. Ni la playa ni las aguas son en esta época tranquilas, la gente se hacina en la arena y compite por colocar la hamaca, sombrilla o simplemente una toalla.

Como ‘sardinas de bota’ rodeado de humanidad tienes que hacer infinidad de curvas para alcanzar la orilla, sortear todo tipo de obstáculos, mientras miras de reojo algún exuberante ‘topless’.

Por fin alcanzas la ansiada orilla, castillos de arena, niños correteando, ya sientes la espuma de las olas en tus pies, el agua sobrepasa tus rodillas es el momento de darte un chapuzón y ¡hale! ‘panzazo’ al agua, dos brazadas, parece que te liberas del calor, desde el agua miras el horizonte y ves la costa sintiendo cierto alivio al ver la orilla y su tumulto. En tu rededor las cabezas son pequeñas boyas que te recuerdan que no estás solo. Una señora te mira insistente, tú también.

La señora repentinamente alarmada indica:

Por los altavoces se anuncia “Señores bañistas por favor abandonen el agua se acerca un banco de medusas y puede ser peligroso”

La bandera verde se quita, se pone la roja, todos se orientan rumbo a la orilla, el gentío chapotea apresurado, fuera, fuera.

Marcho al ‘chiringuito’ pido un pincho y una cerveza. Cojo el periódico en portada “Madrid roza los 45 grados de temperatura”. Esto es vida…-me consuelo- y cuando regrese y cuente a mis amigos, lo despejada que estaba la playa, el azul generoso de sus aguas tranquilas, las aventuras amorosas que he tenido y lo bien que dormía con la brisa del mar… todos rabiaran de envidia.

Ilustrado por el escritor.