El pasado domingo en L’ Eliana (Valencia), disfrutamos de un corto pero copioso chaparrón que nos trajo un ligero respiro
Cada vez que llueve – poco para las necesidades, pero suficiente para percibir gratas sensaciones – podemos afirmar que es un regalo del cielo para la vegetación en general y para las plantas de nuestro jardín en particular.
Podemos regar nuestras plantas de muchas formas, por ejemplo con manguera, con regadera, con aspersores, pero estaremos de acuerdo que la forma más natural de hacerlo es mediante la lluvia, su pH de (5/6) es el ideal, y ademas no está clorada, como sucede con el agua potable, y esto hace que lo agradezcan más.
También, al golpear las gotas de lluvia sobre las hojas las limpian, arrastrando el polvo acumulado durante los días más calurosos y secos. Es como si se duchasen sintiéndose mucho mejor.
Si la lluvia dura mucho tiempo, al filtrarse más profundamente el agua en la tierra, arrastra con ella a los nutrientes que se encuentran en las zonas más superficiales del terreno para acercarlo a las raíces más profundas.
Y si nos fijamos, los animalitos del jardín también saben de los beneficios que trae la lluvia. Cuando termina, los caracoles salen a pasear, si hay mariposas vuelan para lamer en las gotas el agua, los pájaros revolotean por el jardín, si paseamos por él y respiramos profundamente, oleremos un aroma específico a tierra mojada, que nos trae perfumes de romeros, tomillos y otras plantas aromáticas, que acarician nuestros sentidos.
Recuerdo con nostalgia, aquello que de chavales cantábamos: ‘Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva, los pajaritos cantan…’ mientras con júbilo corríamos a guarecernos en algún lugar cubierto.