Una lamentable realidad que no cesa
Recuerdo pasar por la puerta de la Casa de la Caridad en Valencia, camino de mis ocupaciones, y el perfil de los que solicitaban comida era el de los desheredados de la fortuna, rozando la indigencia y los sin papeles.
Ahora vuelvo a repetir este itinerario y me sorprende observar que la mayoría de gentes que en la actualidad hacen cola son como las que te cruzas en las calles diariamente.
Algo apartado estaba un hombre con su señora y dos hijos pequeños. Aproveché para preguntarle cuál era su situación y que le había empujado a tener que estar haciendo turno para comer de caridad.
Me contestó que su condición de parado, tanto él, como su mujer, y añadió: <<Al principio tenía vergüenza, luego me hice el ánimo, si tengo que pagar los gastos de mi familia y una pequeña hipoteca, tengo que ahorrar de la comida que aquí me dan, pues si el banco me quita la casa, ya no tendríamos ni sitio para dormir>>. Dura realidad.