Los excesos de opinión y el desmesurado deseo de apretar el <<gatillo>> de la conjetura baladí nos hacen, en ocasiones, inoportunos
Algo está ocurriendo, las prisas, el deseo de liderato, la avalancha de información… nos lleva a una realidad: oímos pero no escuchamos. Nuestro ego es tan inmenso que siempre queremos contar nuestras experiencias, en ocasiones con su punto de exageración, imponer nuestros criterios y tratar de ser los más ocurrentes posible.
Cuando otro del grupo habla, ponemos gesto de escuchar, pero nuestra mente está pensando en lo que diremos cuando acabe para rebatirle o simplemente para mostrarnos más eruditos que el resto de contertulios.
Los seres humanos, por lo general, somos una ‘chapuza’ y sería bueno despojarse de estas efímeras vanidades, que solo conducen a alimentar nuestro insaciable ‘yo’.
Existen otras maneras de alcanzar el equilibrio emocional: ayudando a los más necesitados, a quienes precisan palabras de afecto a quienes sufren alguna injusticia… estas actuaciones, son las que deberían llenar las arcas de nuestro más recóndito interior.
“Un hombre tiene tantas fisonomías como ojos le ven, tantas almas como gentes le conocen” (Amado Nervo).