Frente al Coso Taurino de la calle Játiva existía un café con mesas de mármol veteado en suave gris, pie de forja, sillas negras con asientos desgastados, era el último café, que en la zona, resistía la implacable modernidad.
En ocasiones me reunía con mi amigo Colomer, entusiasta de la fiesta de los toros y gran artista del pincel, siempre andaba con un rotulador y pintaba sobre cualquier superficie medianamente clara, temas taurinos. Su profesión con tintes de bohemia, consistía en ilustrar carteles de las corridas de toros. Parecía que todo el arte del toreo estaba en su mente y lo hacia con frecuencia desde su fecunda imaginación, alimentada por la visión de innumerables corridas de toros a las que asistía. Algo entrado en años, cuando me hablaba de este tema – pocos otros abordaba – lo hacía a conciencia sabiendo lo que decía era ‘un maestro en tauromaquia’.
Aquel día al tiempo que tomaba una servilleta de papel y garabateaba, me dijo con su buen talante y natural magnificencia.
- Paco, se esta ‘cociendo’ un torero de la tierra que será figura en nada y por muchos años, ¿sabes? se llama como tu, Ponce y te digo que arrasará.
Por afinidad del apellido, yo también había escuchado los halagos que los entendidos hacían de Enrique Ponce, ¡bueno! podría presumir de parentesco, si como parecía cuajaba.
Colomer tenía conversación para rato y si intentabas interrumpir su magisterio, se enfadaba un tanto. Se hizo la hora de marcharnos, por el rabillo del ojo había observado su dibujo rápido y seguro. Al levantarnos hizo intención de romperlo arrugando la servilleta, lo detuve cogiendo su muñeca y le dije.
- Esto no lo puedes romper, ¡me lo quedo! – ni siquiera le pregunté.
- Pero…si son unos apuntes de nada.
- No, Colomer esto es arte que aflora de tu interior.
Hizo una mueca y me lo entregó. Hoy figura como recuerdo en mi pinacoteca sencillo, espontáneo y con una firma de rotulador diferente, al poco, y antes de enmarcarlo hice que me lo firmara, con el ‘boli’que tenía más a mano.