Tres torres doradas sobre campo blanco figuran en su escudo. Algunas fuentes la vinculan al escudo de la familia noble, Heredia o Fernández de Heredia, que consta en los documentos de la época después de la conquista de Teruel desde el siglo XIII al siglo XVI.
En cualquier caso dejaremos que los estudiosos desvelen pacientemente su rica historia que como sucede en muchas localidades próximas, atrapa curiosa y placentera, al adentrarse en su pasado.
Mi intención no es otra que deslizarme de puntillas, unos cuantos años atrás. 1920 y hasta 1980 fueron otras tres torres imaginarias las que dieron vigor a esta agraciada localidad: El río Jiloca. El cultivo de la remolacha. La fábrica de molienda para su transformación en azúcar. Sesenta largos años de pujanza que atrajo mucha mano de obra de otras zonas de España, compartiendo riqueza en el amplio valle que regaba con sus cantarinas aguas el Alto Jiloca.
En 2007 Santa Eulalia del Campo sigue siendo una bella localidad con gente amable y acogedora, en su mayoría entradas en años, eso si, que recuerdan con nostalgia sus épocas de juventud.
En sus campos se cultivan cereales que con su manto verde, verde intenso, visten la comarca hasta que en mayo-junio lo cambian a refulgente dorado, víspera de la recolección de la mies. Esta podría ser una de las torres gualdas, las otras dos siguen ahí, en debilitado y contradictorio testimonio a la vez que emblemático. El Jiloca cuyo exiguo caudal es demostración de la sequía generalizada que acucia algunas zonas de nuestro país.
La elevada chimenea de la antigua azucarera con sus 60 metros de altura, emerge orgullosa de su pasado, haciendo de faro sobre el ventoso valle.
La Virgen del Molino, en su Ermita que fue terminada en 1772 sobre una anterior construcción del siglo XIII. Uno se atreve a formarse la idea de que en el escudo su fondo, campo de albura, es desde este Santuario, testigo límpido de todos los acontecimientos.
En la más rabiosa actualidad que marca el espacio tiempo de veinte días pude contemplar la singular Ermita de muros de mampostería, por fuera, vestida de gala floral y exuberante vegetación que hacen de este lugar un vergel. Terreno adecuado para el solaz, la tranquilidad y para guisar una buena ‘paella’ o ‘caldereta’ de cordero de la tierra, ¡porque no!
Me acompaño la suerte al encontrar allí a Pedro Fuertes Hernández, actual Concejal Delegado de Limpieza Parques y Jardines. ¡Enhorabuena amigo! por el magnifico entorno de esta Ermita.
También ostenta el cargo de Secretario de la Hermandad Virgen del Molino, lo que me sirvió para obtener alguna información al respecto de la misma.
Dentro de la Ermita se encuentra el Altar Mayor, de estilo barroco, con imágenes en madera de 1722 y en el centro la Virgen del Molino, de estilo neoclásico y siglo XIX. Muy importante es el Camarín, con azulejos de 1790 que representan una escena de Judith.
La Virgen del Molino me inspiro desde el primer momento un fervor de difícil explicación, lo que me animó a realizar esta sencilla composición-retablo que conservo en mi domicilio