Mirándome con fijeza me eligió, con su fuerte mano fui arrancada de entre mis hermanas, sentí sus dedos clavados en mi cuerpo, fieros y dóciles a la vez, mientras, fue quitándome poco a poco con suavidad mi piel.
Desnuda, desprovista de mi dorado envoltorio, estaba indefensa y vulnerable, tenía ahora un color blanquecino con vetas doradas que todavía me hacían más apetecible. Con pasión, seguro de cuanto hacia, me presiono con las dos manos hasta que le mostré desvestida y abierta, el encanto de mi dulce interior.
Cuando sus labios entraron en comunión con mi cuerpo, sentí que su lengua desenvainada y oscilante me provocaba un fluir de incontenibles jugos. No descansó ni un momento, hasta encontrar el más recóndito de mis sabores, que busco con lentitud, con deleite. Luego adivine que iba a ser suya, gajo a gajo me introdujo en su boca y me encontré dentro de su cuerpo.
El árbol repleto de fruto le retaba a seguir. Él con firmeza se mostró fiel a mí, no se dejo seducir por ninguna otra. Subió a su ‘cuatro x cuatro’ y se alejo por el estrecho camino de tierra bordeado de hierbas y pequeñas flores silvestres.
¡Naranja, desnuda de piel naranja!