Cielos clarooscuros con huecos añil azulete
Suenan lejanos truenos que se aproximan perezosos, sentado en sillón de mimbre observo la mutante gama de verdes que colorean el césped según los cambios de luz.
Sucede lo mismo con las ramas de los olivos, antes lánguidas, ahora se golpean entre sí y modulan su danza, junto a un cántico murmurador que genera su fina, alargada y puntiaguda hojarasca, que se activa según la intensidad del viento.
Ya se aproxima con imperioso rugir el concierto de la naturaleza y cuando con más ímpetu ruge, de pronto, calma,
Huele a tierra mojada a naciente jazmín, a romero, tomillo y genciana, las tejas de la techumbre vierten gruesos chorros que se desbordan.
Más tarde regresa la tranquilidad, el sol guiña descarado otra vez, son tormentas vecinas ya de la primavera, que refrescan un calor todavía remiso.
Primerizas e incipientes rosas retienen alguna gota de lluvia, que luego deslizan apáticas por sus pétalos abiertos.
La naturaleza es tan grande, que por momentos me hizo sentirme pequeño, insignificante, pero inmensamente feliz, mis sentimientos y emociones, se habían activado de nuevo.