En tranquila mañana, desmadejado sobre el mullido sillón de mi terraza, contemplo el cromatismo del jardín
Cada día, descubro más tonalidades de verdes que mutan con los reflejos de las lánguidas embestidas del sol que nace.
Al fresco césped que el rocío de la noche mojó, acuden unos mirlos de plumaje negro azabache y provocador pico anaranjado, buscan el sustento de pequeños invertebrados que discurren entre la cerril nacencia de la fina “gramínea” o las diminutas y redondeadas hojas de la “dichondra”.
Flores de azulado colorido exultantes de belleza me saludan prendidas en una balaustrada. Es un azul que han atrapado del cielo y que reproducen con celeste fulgor en la tierra.
El rosa pálido emerge de pétalos sutiles sobre una jardinera, reclamando su protagonismo, entre los tréboles de cuatro hojas.
Una “cyca revoluta” muestra orgullosa su vientre preñado de semillas, junto a tomillos, espliego y ajedreas que esparcen aromas evocadores de episodios bíblicos.
El blanco sin mácula sobre el fosco verde se impone dominante, y la flor del jazmín, que todavía permanece remisa en su lucimiento, se mece con la temprana brisa que le arrebata, mueve y esparce su penetrante y dulzón perfume.
No es el edén, pero esta mañana, me lo ha parecido