¡Donde yo renazco!

En la noche más corta del año, cuando el sol parece ceder a regañadientes su lugar a la oscuridad, el fuego se convierte en protagonista.

Las hogueras de San Juan arden en playas, montes y plazas, como testigos ancestrales de un ritual que mezcla lo pagano con lo sagrado.

Las llamas bailan al ritmo del viento, y su calor no solo consume maderas secas, sino también miedos, culpas y deseos guardados en silencio.

Los cuerpos se acercan al fuego con respeto y anhelo.

Algunos escriben en papeles aquello que desean dejar atrás y lo lanzan a las llamas; otros saltan sobre el fuego como si cada salto fuera una promesa renovada.

En ese instante sagrado, la frontera entre lo real y lo simbólico se disuelve

Yo, frente a mi propia hoguera, cierro los ojos. Escucho el crujir de la madera, el murmullo de las olas a lo lejos, las risas en la oscuridad. Alzo los brazos, como quien se entrega al destino, y susurra a la noche:

Que se lleve lo que ya no me sirve, lo que pesa, lo que duele. Que me vacíe de lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. Que atraviese mis sombras y las ilumine con el resplandor de esta llama antigua.
Y entonces el viento responde. Me envuelve, me sacude, me limpia. El fuego chisporrotea con más fuerza.

¡La noche de San Juan me ha escuchado!