¡Que llueva, la virgen de la cueva, los pajarillos cantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón!
Así comenzaba un estribillo que canturreábamos de niños, cuando el sentido del agua nos parecía menos importante y el hecho de la lluvia más lúdico e intrascendente.
Han pasado algunas décadas y cada vez el agua toma mayor protagonismo por su escasez. Hoy siento cierto estupor al ver que en el siglo XXI, en una democracia y en un país que mira al progreso se estén cometiendo imposiciones y desacuerdos, en un tema de máxima trascendencia, como el del agua. Unas tierras de España padecen sed y otras se inundan.
La agricultura es consumidora tradicional de agua, tengamos en cuenta que no hace mucho la inmensa mayoría de los agricultores regaban a ‘manta’. Es entre 1993 y 1996 cuando la agricultura en España sufrió un ciclo de sequía pertinaz, donde las pérdidas fueron totales. No solo se arruinó la cosecha, sino que al intentar regar con agua salina se dañó sensiblemente a las plantaciones.
Un conjunto de circunstancias han llevado a un feliz cambio de mentalidad para la agricultura moderna y el agricultor toma conciencia de que tiene que aprovechar al máximo el agua, dado que cada día es un recurso mas insuficiente y que además se obtienen mejores rendimientos en la producción, mediante los nuevos sistemas de riego.
La mayoría están preparados para el suministro racional del agua en sus campos y luego de hacer unas fuertes inversiones en el riego localizado, se encuentra con que no tienen agua.
¿Existen criterios solidarios entre los seres humanos? O se adopta el criterio ‘pasota’ de «mientras el mal no pase por mi puerta que se apañe el mundo«
Tengamos y creemos conciencia, el asunto puede ser grave y afectar hasta el servicio diario de agua en nuestras casas.