En mis tiempos era toda una ilusionada aventura, cargar el 600 con las viandas, algún ‘trasto’ viejo que llevarte a la casita del campo y con toda la familia dentro de ese carismático vehículo, salir a respirar aire puro.
Apenas dejabas el puente sobre el Turia, aparecían pronto las huertas a cada lado de la carretera que con blanca raya en el centro peinaba el negro asfalto, para indicar las dos direcciones, más de una curva, cuatro desvíos y aparecía el ‘chaletito’, preparar la comida, arreglar el jardín, sentarte en la puerta, saludar a los vecinos que paseaban y oteaban a través de la valla para ver tus flores.
Acabado el día, todos de nuevo al coche, regresar a Valencia mostrando en la parte trasera del mismo un buen puñado de rosas, jazmines, romeros y margaritas.
Hoy sigue ahí algo diferente, pero conserva sus cielos azul tormenta, parajes de espesos pinos, vallas más cerradas y margaritas gualdas.
Cambian las cosas, sigue el proceso y las flores siempre pondrán un punto de sorprendente maravilla a los que amamos la naturaleza.
Fotos de: José Luis Vila