Mesa redonda de (CLAVE) – Segunda parte
El título elegido fue “Futuro imperfecto del libro” (Segunda Parte), por cuanto en la edición de la feria del año anterior 2011, se abordó esta compleja temática que quedó ‘prendida en alfiles’ y sin concluir, ahora ante la nueva perspectiva, un año más tarde, procedía retomar el tema precisamente allí donde se dejó.
Por si alguien está interesado en lo que se expuso en aquella oportunidad, facilitamos el enlace para su consulta: https://franciscoponce.com/archives/12364
La mesa redonda, en esta ocasión la formaban: Josep Carles Laínez, Rosa María Rodríguez Magda, Juan Luis Bedins, Maruxa Duart, María Alcantud, y José Vicente Peiró. Actuó de introductor y moderador el presidente de (CLAVE) Juan Luis Bedins.
Como cabía esperar el debate sigue abierto, las distintas exposiciones y puntos de vista que se trataron tienen fundamento suficiente para mantenerlas un tiempo, no sabemos cuánto, si tenemos en cuenta que en tan solo un año el panorama de editoriales, distribuidores, autores, librero y precios de las descargas por el “Ebook”, ha variado sensiblemente.
Las nuevas tecnologías y el romanticismo tienen aquí un claro exponente de confrontación, que a mi entender es solo cuestión de tiempo. Para ilustrar cuanto digo les referiré una anécdota de mi juventud:
«Próxima a mi casa había una planta baja semicubierta, donde se encontraba una fábrica de hielo. De allí salía una considerable producción de barras que, en varios triciclos, recorriendo la ciudad, se vendían por las casas.
Los repartidores utilizaban un garfio que manejaba con gran destreza y que les servía para sujetar la barra sobre el hombro en donde ésta descansaba apoyada en un trozo de saco de yute doblado.
La gente le compraba un cuarto de barra, como mucho media, y estos hombres del hielo la golpeaban en el lugar exacto para que se partiera sin producir astillas. Cuando estas saltaban, los críos las “cazábamos” en el aire para metérnoslas en la boca. Mal hecho, a saber con qué agua y aditamentos se fabricaba el hielo. Servía para enfriar y no para beber, pero por aquel entonces nuestros organismos lo resistían casi todo.
Un buen día, llegó al barrio una nevera eléctrica, hacíamos cola para verla. Mi madre que era amiga de la cuñada de la propietaria fue de las primeras en visitarla y le acompañé. No solo mantenía los alimentos frescos sino que podía fabricar hielo y hacer unos “polos” deliciosos.
Las neveras fueron proliferando, mejores, más grandes y más económicas. La fábrica de hielo, que durante un tiempo mantuvo su lucha contra el progreso, acabó cerrando».
Con esta exposición y respetando todos los criterios, mucho me temo que llegará un día en que lo que es hoy es válido, será de otra forma y el discurso cambiará, mientras tanto muchos autores como yo, seguiremos embarcados en los libros tradicionales de hojas de papel y tapas duras, que con más o menos ventas en cuantía, siempre nos quedara el sueño de que un público, quizá minoritario y familiar, nos seguirá comprando y leyendo, que tampoco es baladí. ¡Faltaría más!