Un año más los valencianos de nacimiento o de corazón podemos disfrutar de una jornada llena de emociones y sentimientos a flor de piel. Es el día de nuestra patrona, la Virgen de los Desamparados. El Miguelete y la Catedral esperan impacientes el momento del traslado de la Virgen que a hombros de la multitud la traen desde la basílica.
De buena mañana las gentes buscan el mejor emplazamiento posible – algunos rodeando la catedral – para asistir a tan emotivo acto, prueba irrefutable del fervor del pueblo llano.
La basílica está repleta de devotos, no cabe ni una aguja, los cantos y alabanzas – espontáneos – son de una fuerza tal que van más allá de lo superficial, nacen del arrebato más profundo de los corazones y es proyectado por cientos de gargantas en vítores y requiebros a la ‘Xeperudeta’.
«Mare ya ix, ¡vull vore-la» y la madre levanta a la pequeña, que entusiasmada aplaude, algún resorte en su interior se lo ordena.
La imagen en volandas por la muchedumbre, tras dar una vuelta a la plaza de la virgen desciende por la calle del ‘Micalet’, los aplausos y vítores no han cesado mientras los pétalos de flor le están cayendo a bocanadas desde los balcones, toma el recodo de la catedral y sigue en arrolladora multitud hasta que entra en el templo.
Es la hora de tomarse un chocolate caliente con ‘buñuelos’ en los establecimientos típicos próximos o el ‘bocata’ de beicon y huevo, no tan tradicional pero igual de válido para reponer fuerzas.
Entre tanto, otro público se dedica a comprar en la ‘escuraeta’: Una cazuela de barro, una campanilla con mango de roja madera o un recuerdo de la ciudad, es lo habitual.
Los balcones ya se encuentran engalanados esperando la procesión de la Virgen que ahora reposa en la catedral y de donde saldar en peregrinación por las calles de Valencia al atardecer.
Si acudes al traslado la emoción anidara en tu pecho, con tal fuerza, que cada segundo domingo del mes de mayo, de cada año, de muchos años, repetirás.