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Si añadimos que la falta de dinero cada vez más palpable en la actual sociedad hace que descienda el consumo y derivemos hacia productos lo más económicos posible, los fabricantes y grandes superficies tratan de adaptarse para captar clientes por precio.
En ese momento aparece la presunta “bajada de calidad”, por cuanto en el circuito de producción y venta nadie quiere disminuir sus beneficios.
Compramos alimentos cuyos componentes están al filo de la sospecha, en relación a lo saludable y, de vez en cuando, saltan alarmas de engaño sobre su etiquetado. Esta es la triste encrucijada para muchas familias. Sencillo y lamentable a su vez.