Oculto entre el ramaje asoma un amarillo capullo de finas paredes. Dentro se retuerce y forcejea María, por fin muestra sus pequeñas antenas, saca la cabeza, el cuerpo y despliega con desmedida vanidad, sus coloristas alas.
Vuela y con perfidia presume de su hermosura. Se burla con enfado de las flores, que en la cálida estación, exhiben su brillante tonalidad
Engreída; desprecia a roedores, lagartijas y lombrices que por la tierra se arrastran, mariposa coqueta describe en el aire mil alocadas piruetas, buscando que la admiren.
Unas veces sigue el impulso del viento, otras imprudente lo traspasa y se introduce en lo desconocido, de repente tropieza con una red de finos y trasparentes hilos donde queda trabada.
Hoy con sus alas extendidas, sujetas con alfileres, permanece sin vida en la vitrina de un coleccionista.
Francisco de Quevedo dice: «La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió».