Los hombres y las mujeres que acuden con fervor patrio o forzados para matar o morir piensan regresar con el orgullo de la victoria. Se invisten de justificaciones que ni ellos mismo comprenden, pero intuyo que se sienten exculpados.
Muchos no vuelven y los que lo consiguen, tras meses o años de penurias, enfermedades y muerte, quedan para siempre marcados por los recuerdos de una experiencia espantosa.
Las secuelas no terminan aquí, están los mutilados, los desplazados, las familias fragmentadas y la pavorosa cifra de muertos entre beligerantes y civiles.
Voy más allá en el tiempo, cuando todo se reconvierte, nos preguntamos: ¿para qué tanto dolor? Estamos llamados a convivir, ¿por qué no hacerlo con entendimiento y paz?