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Sin embargo, existe una morosidad más dañina y destructiva en la propia calle. A nadie le gusta ser moroso. Es más, existen familias que lo pasan tremendamente mal cuando deben dinero, pero el paro, los impuestos, los retrasos en el cobro de nóminas en algunas empresas, e incluso de facturas en la propia Administración, están haciendo caer la liquidez económica.
Esta situación es una cadena subyacente, mucho menos aireada, pero nefasta, por cuanto el negocio del pequeño empresario se atasca y, como fichas de domino, van cayendo unos al impulso de otros.
La morosidad ya no es estigma de incumplidores, se está convirtiendo en la necesidad de sobrevivir diariamente. Duro, pero real.