Pronto, Cerler, la bonita localidad del Pirineo Aragonés se cubrirá de blanco, por ello quiero garabatear como se percibe – como la percibí – un comienzo de otoño, todavía vecino del verano, que se resiste a marchar y perezoso se retira.
Se encuentra aproximadamente a 1.600 metros de altitud y pertenece al municipio de Benasque en Huesca. Un casco antiguo conservado con esmero y estéticamente diferente para un Mediterráneo, alberga lugares encantadores que te trasportan, en sueños, a tiempos pretéritos en remotos países de fábula, con plácidos atardeceres y noches románticas.
Cerler conserva todo el sabor de los típicos pueblos del Valle. A pesar de la proximidad de un gran centro turístico, el pueblo ha sabido conservar su histórica belleza.
Patios con sabor a morada de ‘princesas’ repletos de flores asoman silentes, verdes o coloristas y un denominador común, pilas de leña perfectamente ordenadas, que aguardan los rigores del invierno para ser pasto de las llamas, en fogón caliente de hogar.
Miradores de vetusto tronco, junto a escalones de piedra tallada, parecen que te estimulan a entrar en hospedaje para caminantes, donde disfrutar de un alejado medioevo.
La piedra se hace generosamente presente, en un paisaje urbano modelado con ella. La madera preside las ventanas y soporta tejados de oscura pizarra en forma de triangulo para que la nieve no arraigue.
Un perro guarda la casa que permanece silenciosa, quizá vacía, hasta que oscurece ligeramente y una luz, que se imagina de bruñido fanal tras unos visillos de encaje, trasluce e ilumina el ventanal
Cerler es un lugar para despertar a la realidad y luego dormir la fantasía, Cerler no se lo debe perder, el viajero amante de lo bello.