Un coche rojo se abalanzó sobre ella para atropellarla, lo esquivó como pudo, su bolso cayo al suelo y las ruedas pasaron por encima cuando el vehiculo se dió a la fuga. Visiblemente nerviosa lo recogió y entró en un bar próximo, cuyo letrero parpadeante iluminaba a ráfagas la oscura calle.
Sentada en la barra sacó su polvera y se miró en el pequeño espejo que estaba roto. Buscó el pintalabios y solo halló una pringosa pasta roja en el fondo, sus dedos quedaron untados de carmín, los limpió con una servilleta del bar. La cajetilla de cigarrillos aplastada. Su frasco de perfume en mil pedazos, esparcía una intensa fragancia a violeta.
Acababa de salvar la vida, que como todo lo que ahora contenía el bolso, hace tiempo se rompió, al tener que dedicarse a la prostitución para pagarse el ‘polvo blanco’.
El corazón le latía acelerado, se arregló y peinó la rubia peluca, con los dedos de largas y esmaltadas uñas. Haciendo un guiño pícaro, le pidió tabaco a un joven de aspecto corpulento que entró, apresurado, en ese momento.
Este sin mediar palabra, la agarró del brazo con ademán brusco sacándola del local. Sobre el mostrador quedó abandonado el bolso. Al rato, el camarero preguntó de quien era y como nadie respondía se lo llevó a la trastienda, dejándolo sobre un montón de cajas llenas de botellas vacías, para que se disipara el penetrante aroma.
Al día siguiente en la crónica de sucesos, de un insignificante periódico, aparecía un no menos insignificante espacio que decía: “Sobre las tres de la madrugada, en el barrio antiguo, se halló muerto de un certero navajazo en el pecho, junto a unos contenedores de basura a José García, próximo a él se encontró una peluca rubia, con manchas de sangre».