Entre la delgada línea del recuerdo y las brumas del olvido, acuden a mi mente las calles de Valencia (España) repletas de personas con semblante circunspecto propio de la solemnidad del viernes de pasión
Marchaban de una iglesia a otra haciendo las estaciones o se iban uniendo en procesión, vestían ropa oscura portaban un cirio encendido en la mano y entonaban cánticos religiosos. Cada parroquia tenía sus actos litúrgicos, los feligreses y penitentes acudían por devoción o costumbre <<vivían su época>>.
La radio emitía música sacra o clásica, los espectáculos permanecían cerrados, los escasos bares que abrían apenas tenían clientes y las gentes se recogían en sus hogares.
En la actualidad rigen otros parámetros que la diferencian desde una visión global, pero no interiorizada. Los medios de trasporte, personas que viven alejadas de su <<terruño>> junto al deseo de una diversión más evasiva se centra en el <<escape>>.
Como contrapunto estamos viendo que las celebraciones en los sitios tradicionalmente con arraigo de las manifestaciones públicas de fe en la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, crecen en gran medida sus hermandades y actos procesionales, que aumentan también en muchas capitales y ciudades y hasta pueblos que quieren sumarse a esta tradición buscando algo peculiar que las pueda distinguir.
Este año 2017 la polémica suscitada en la calle por parte de algún o algunos partidos políticos, contrarios a estas manifestaciones, mayormente a la procesión del “Cristo de la Buena Muerte” patrón de los legionarios, junto a la trasmisión en directo o diferido de una gran cantidad de televisiones han tenido un <<efecto llamada>> y son muchos los que lo han presenciado unos por devoción otros –los más – por curiosidad, y resultó un acto emocionante, con fuerza, sentimiento y fervor que repetiremos en años sucesivos.