El origen de esta celebración tiene sus bases desde que se realizó por primera vez el Congreso de los Estados Africanos en el año 1958
En esta Conferencia se propuso la celebración de un Día de la Libertad Africana y, a partir de ese momento, se continuaron efectuando los encuentros entre los distintos jefes de estado del Continente Africano, donde nace la llamada (Organización para la Unidad Africana el 25 de mayo de 1963) y que posteriormente se cambiaría a Día de África.
Hollywood, y los documentales de la hora de la siesta, tienen buena parte de la culpa.
Pero África, estimado lector, es muchísimo más que un zoológico sin verja o el escenario perfecto para que un millonario occidental “se encuentre a sí mismo”.
El estereotipo es tan persistente que una vez, un turista europeo, le pregunto al guía local si: “¿Los leones pasean por la ciudad de noche?”.
El guía, sin pestañear, respondió: “Sí, claro. Vienen en manada y con carteles publicitarios indicando el programa de actuaciones del día siguiente”.
África ha sido retratada durante décadas como ese extenso continente, donde todo es salvaje, impredecible y pintoresco.
Aclaremos. África no es un país. Son 54 naciones, más de 2.000 lenguas, una diversidad cultural que haría sonrojar a cualquier congreso de la ONU y más historia que Wikipedia con 38 tomos juntos.
Pero insistimos en verla como un safari perpetuo. El colonialismo no solo dejó cicatrices geopolíticas: también nos heredó una imaginación perezosa, donde África siempre es calor, tambores, y alguna tribu dispuesta a bailar para el turista.
Cuentan que, en un pueblo del norte de Kenia, cuando descansaba un grupo turístico en una cabaña, entró una cabra donde dormían. Miro uno por uno a los presentes, alguno le ofreció una galleta. Los ignoro y se fue.
El guía del lugar, entre risas, dijo: “Esa cabra sabe más que muchos ministros. Entra, observa y no se lleva nada”.
Todos se rieron del comentario, pero luego nos dimos cuenta de que la cabra tenía razón. Nosotros, en cambio, llegamos, sacamos 3.000 fotos, dejamos huella de carbono, rastro indiscriminado de desperdicios y luego presumimos de “viaje consciente”.
SÍ…, SÍ…. también hay leones y elefantes. Pero cuidado: los verdaderamente salvajes somos nosotros cuando reducimos un continente a una postal animalista.
La próxima vez que pienses en África, imagina también a la abuela que cuenta historias bajo una acacia, al niño que sueña con ser ingeniero y al comerciante que te invita a té porque le caíste bien, no porque quiera venderte algo. Y recuerda: la cabra tenía razón.
Porque a veces, en el lugar donde creemos que todo es banalidad y aventura, está la lección que nos faltaba: la vida no es una carrera para ver más, sino una pausa para entender mejor.