Los centinelas del bosque – A TODA COSTA

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Una vida entre árboles, huellas y silencios

Cada mañana, cuando la mayoría de los humanos apura el café con los ojos entrecerrados, un guarda forestal ya camina entre pinos, senderos y laderas.

Carga con mochila al hombro, binoculares colgando y botas curtidas por kilómetros de monte, su oficina es el paisaje. Su escritorio, una roca con musgo. Su única compañía, el viento y algún zorro curioso que lo observa en espera de una oportunidad.

Los guardas forestales no son simples vigilantes del bosque. Son naturalistas, rastreadores, técnicos ambientales, primeros auxilios en zonas remotas y, si la ocasión lo requiere, hasta psicólogos de excursionistas perdidos en crisis existenciales.

Custodian parques, cuidan la flora, controlan especies invasoras y ayudan a prevenir incendios forestales —un infierno que conocen de cerca y del que, en más de una ocasión, han salido con el uniforme chamuscado y la adrenalina a flor de piel-.

Pero también hay soledad. “Unos aprenden a dialogar con los árboles” y en ocasiones “La radio es la única voz humana en toda la jornada”, Los peligros son reales y constantes. Desde encuentros con cazadores furtivos —que a veces no distinguen entre ciervo y humano en movimiento— hasta tormentas repentinas, terrenos traicioneros o encuentros cercanos con jabalíes con mal despertar.

Normalmente llevan un botiquín bien surtido y un silbato. Y no, siempre es por seguridad: “A veces es para espantar víboras… o para que alguien venga a buscarlo cuando fatalmente, se pueden quedas sin baterías lejos del puesto”.

Hoy, 31 de julio de cada año, su día, vale detenerse a reconocerlos. Porque mientras otros hablan de proteger la naturaleza desde oficinas o discursos populistas, ellos la cuidan con las manos, con los pies, con el cuerpo entero. Son los primeros en llegar y los últimos en irse. Y muchas veces, nadie sabe que estuvieron ahí.

Feliz día, ¡centinelas verdes!

Francisco Ponce Carrasco