Castellnovo ayer hoy y siempre
17 julio 2008 por Francisco Ponce en Castellnovo, Noticias, Recordando, Todos los artículosSentado sobre la maleta de madera miro hacia la máquina de tren situada donde la cubierta de la estación termina y aparece la luz de la mañana.
Un chorro de vapor forma una nube gris sobre el andén y este queda entre brumas. Un pitido agudo corta el aire y la figura del jefe de estación aparece agitando una bandera roja a juego con su gorra, como un fantasma atravesando las tinieblas.
Me levanto, tomo la maleta y apresurado trepo por los altos escalones del vagón de tercera. Apenas me acomodo en el duro asiento de tabla, me asalta la idea de que un año más todo comienza de nuevo. Atrás quedan los recientes momentos de lucha con los mozos de estación, que pugnan, con tenaz insistencia, en llevarme el equipaje, incluso se disputan entre ellos la propiedad del posible cliente.
Esquivándoles les repito: «Gracias, gracias, puedo». La propina del mozo de estación es un lujo que no puedo permitirme.
Percibo de pronto, ese zarandeo, señal de que el tren se pone en marcha, el fuerte olor a humo y carbonilla que respiro me hace sentir un cosquilleo picante en la garganta con sabor a aventura.
El tren, mixto de carga y pasaje, popularmente conocido como el “borreguero” discurre perezoso por varias poblaciones próximas al mar, hasta que en la localidad de Sagunto se adentra hacia el interior.
Por fin llega a la estación de Segorbe. Entonces aparece otra no menos excitante aventura de sólo tres kilómetros, montado en un carro lleno de maletas, tirado por un mulo y circulando por un polvoriento camino. El trayecto envuelto en sanos y naturales aromas del campo, provenientes de los olivos y maizales, que acompañan el recorrido, hacen que mi olfato se impregne de olor a vacaciones, todo un año esperadas.
Llego a la casa de la ‘Tía Manuela’, en la calle Almedijar, con su portal de dos hojas horizontales de vetusta madera y ‘tranca’ en la parte baja interior. Recibo un cariñoso abrazo, salgo a la pequeña terraza donde cuelgan racimos de uvas que se cuidan con mimo y que tentadores penden de una vieja y retorcida parra, como lámparas de jugosas lagrimas apretadas.
La zona de la Costera, angosta y típica, a cuyo fondo, rebasado el viejo castillo, me descubre la era, donde un rudimentario trillo, que separa la mies de la paja, gira lento al resignado paso del caballo que da vueltas y más vueltas. Los chavales disfrutamos subiéndonos al trillo y revolcándonos sobre el heno.
Camino de Almedijar, por donde en los atardeceres pasan risueñas las ‘mozas’ con sus botijos y cantaros a por el agua fresca del manantial de la ‘Mina’.
Las calles son de tierra y en tardes de lluvia te acercan la imagen, cada año repetida y a la vez nueva, de los riachuelos que sobre la misma discurren. Mis pulmones se inundan de fragancia a tomillo, manzanilla y espliego, en suma exhalo el inigualable perfume a tierra mojada.
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Hoy tras varios, bastantes, años transcurridos no es fácil sustraerse al magnetismo que Castellnovo, localidad del Alto Palancia, ejerce sobre mi persona. Regresar a los recuerdos de la niñez y adolescencia, configuran una amalgama en el tiempo, con vivencias de difícil olvido.
Las calles están con adoquines perfectamente pavimentadas, la localidad ha crecido en habitantes y progresado en todos los ámbitos con el paso del tiempo, hasta situar esta villa en un lugar de grato hábitat, sin perder su encanto para nada, pero sí acorde con los tiempos actuales.
En la plaza, su remozado Ayuntamiento luce orgulloso su pasado y presente. Todos sus rincones conservan la ‘sustancia’ de un pueblo hecho por y para sus gentes.
Las generaciones de los años 40-50-60 todavía perviven en sus costumbres que sus descendientes han adoptado con entusiasmo.
Tanto los lugareños que los habitan, como los que salieron en su día del pueblo y quienes compartimos épocas en él, todos los veranos regresamos ávidos de renovar sus tradiciones.
El espíritu de confraternidad se hace presente invistiendo a los nacidos, al pie de la Sierra Espadan, de una especial ‘raza’ de gentes acogedoras, que ponen de manifiesto su sinceridad y afecto sobre cuantos llegan a Castellnovo.
Los adolescentes, siempre, hasta que beban de sus raíces y con el tiempo sus hormonas se apacigüen, son otra cosa…son jóvenes…»Con mi nostalgia, menguó mi envidia”.
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