La Columna con «El primo solterón»

16 enero 2018 por Francisco Ponce en La columna, Relatos, Todos los artículos

Columna de Francisco Ponce

El que tenga una “prima” es afortunado, y el que no, debe solicitarla, pues una “prima” siempre es bien recibida

Desde que Marilyn Monroe popularizó la escena de la falda al viento en la película <<La tentación vive arriba>> ha tenido muchas competidoras, recuerden a Kelly LeBrock en <<La mujer de rojo>> por ejemplo.

Pues bien, mi prima Rosita no quiso ser menos y bajó al salón de mi casa tras vestirse para la fiesta, tratando de imitarlas.

Prima "Rosita"

En unos años se había convertido en una mujer exultante, pero poco o nada refinada, por lo que hubo que recordarle que en su pueblo – que es el mío – suelen echar las campanas al vuelo los días de fiesta, pero ella no debía echar los muslos al viento, que no estaba bien, bueno, bien estaba para que negarlo ¡pero no se debía hacer!

– ¿Por qué? – preguntó entre cándida y desmañada.

Pensé que si se lo explicaba llegaríamos tarde al concierto en homenaje al maestro Verdi. Tampoco lo entendería, ya les dije que era ‘corta’ a pesar de tener largas piernas.

Mi prima era de esas lejanas que en los pueblos te adjudican de pequeña y te mandan que la cuides, junto a una cuadrilla de niños, los días en que subíamos a jugar por la angosta senda de piedras y tierra roja camino del derruido castillo. ¡No vaya a caerse la ‘muchacha’!

Su madre, teóricamente mi tía también lejana, le había dicho.

– Marcha a casa del primo ‘solterón’ y que te enseñe la vida de la ciudad.

Le dio quinientos euros y la facturó en el tren. De esta guisa fue como Rosita abandonó el rebaño de ovejas y alcanzó la capital. Lo primero que hizo al llegar fue buscar una buena peluquería y comprarse ropas entre las que se encontraba un precioso y voluptuoso vestido amarillo con zapatos a juego.

Cultura le faltaba a raudales pero ‘tonta’ no era. Le sobraron dos euros que junto a una sonrisa le dio al portero de mi apartamento.

* * * * * *

Han pasado cinco años , ya dejé de ser ‘solterón’ pues me casé con ella, mi apartamento está a su nombre, fue mi regalo de boda.

El "primo" solterón

Había ensanchado lo suyo, tanto que aquel vestido amarillo ya no se lo podía poner ni con calzador. En cambio mi cuenta corriente estaba encogida, se había hecho clienta ‘VIP’ en varios comercios.

Dormíamos en habitaciones separadas porque decía que tenía mucho calor. Ella lo hacía a pierna suelta, yo no paraba de dar vueltas en la cama, con tal insomnio que ni contando las ovejas que en el pueblo un día ella se dejó, conseguía conciliar el sueño.

Así son las cosas y así se las cuento. Como dijo el escritor y periodista Ambrose Bierce: ¡Brindo por la mujer! ¡Quién pudiera caer en sus brazos sin caer en sus manos!