El hambre en el mundo

3 junio 2012 por Francisco Ponce en La columna, Todos los artículos

 

El hambre en el mundo

Saquemos a la palestra un antiguo-actual debate sobre uno de los factores  que desde siempre se han considerado determinantes en la posible contribución para reducir el hambre en los países en  vías de desarrollo: Las tecnologías agrícolas.

Todos vamos a coincidir en que este es un tema terriblemente dramático y sobre cuya dimensión, ninguna persona que no haya sufrido hambre en su vida, puede tener una idea aproximada. Esta lacra transforma al ser humano en un animal y como animal, matará para alimentarse. ¡Simple y terrible a la vez! Todo esto tiene que ver y mucho con el comportamiento del ser humano para con su especie: El alimento existe, pero está mal repartido

Hace ya muchos años que la FAO nos explicó cómo se regulaba el mercado mundial de los cereales, café y otros. Así nos enteramos la mayoría de nosotros, como se ‘manipulaban’ los precios internacionales a través de las reservas mundiales, llegando a reglar las áreas sembradas y a veces a no recoger las cosechas, todo menos entregar los excedentes a quienes no tienen comida.

Cultivo del campo

Por otro lado, parte de la culpa de que la agricultura de estos países no se haya desarrollado la tienen sus propios gobiernos que por iniciativa propia o inducidos por otros gobernantes, siguen sin apoyar el progreso en las áreas rurales.

Decimos al principio, que el que no sufrió el hambre, jamás podrá entenderlo y es por eso que se ha acuñado una frase, bastante hipócrita, que dice: “No le des pescado; enséñale a pescar”. Queda bien repetirla en público pero no deja de ser un juego de palabras al que se le puede adjudicar cierto ingenio, pero le falta algo. Nadie puede aprender con el estómago vacío, por lo que la frase se debería completar con: “Apacigua su mente con alimento y después, enséñale a pescar”.

La tecnología para acabar con el hambre en el mundo se tiene, pero no se tiene la voluntad política. Al parecer para que exista un privilegiado primer mundo, debe de existir un paupérrimo segundo mundo.