Lo estéril de las discusiones en busca del…

29 noviembre 2015 por Francisco Ponce en La columna, Todos los artículos

Yo tengo razón

Una discusión no es más que una perorata de sordos en la que los argumentos se repiten una y otra vez, en ocasiones precedidos de un ‘sí, pero’.

Otra cosa es el diálogo abierto el intercambio de ideas, el enriquecimiento mutuo desde puntos de vista diferentes. Eso sí, en una confrontación de criterios en vivo, hay veces que una de las dos partes está dispuesta al coloquio, con lo que, durante la discusión, cede, reflexiona y reconoce errores. Punto en el que la disputa termina y quien se ha mantenido terco cree haber ‘ganado’. Y es que con excesiva frecuencia se tiende a confundir los intentos de establecer un diálogo, con una capitulación.

Luego cada uno se va a casa, reconstruyendo dicha discusión, rememorando las propias frases para lamentar no haber sido lo suficientemente ágil de lenguaje como para haber pensado en esa respuesta perfecta que ahora viene a la mente, pero que cuando era necesaria no aparecía por ninguna parte.

Por supuesto, unos y otros, acaban convencidos de haber ganado y de tener toda la razón del mundo.

A veces incluso ‘enganchan’ al primer conocido con el que se tropiezan y le narran la disputa entera. A su manera, claro, introduciendo opiniones y cambiando ligeramente algún matiz. Todo con la única esperanza de que otra persona que no sea él mismo le otorgue la razón. Quienes actúan de esta forma, seguro que se aman más a sí mismos que a la verdad.