20 de Marzo – Fallas
22 marzo 2007 por Francisco Ponce en El Ventanuco, Relatos, Todos los artículos, Valencia - España(Articulo publicado en el periodico Válencia hui, especial Fallas)
En apretado y compacto racimo acudimos quienes te amamos. Ya no te vemos con sonrisa divertida entre los labios. Tenemos plena conciencia de lo que va a suceder. Quienes ahora te rodeamos asistimos con deprimente paciencias a tu fin. La extinción de tu portentosa imagen, en un ardiente soplo.
¡Estas tan bonita ahí!, en el centro de la plaza…, ignorante de cuanto te va a suceder, que nos parece cruel que tengas que desaparecer consumida por el fuego.
“Aquellos que tu gracia corearon con risas bajan ahora su triste mirada hacia el suelo para no ser testigos de cómo las llamas consumen tu cuerpo con ansia y anhelo”
Hombres que te moldearon y dieron la vida para recreo y solaz del pueblo valenciano, imprimiendo en ti: arte, humor y lirismo, ahora van y vienen presurosos preparando tu fin, ¡es curioso!
En este instante que sigue al capricho policromo de los fuegos de artificio va a rasgarse tu existencia. Una bengala prende la mecha que abrasa tu destino y tras las explosiones de la traca, una llama viva, inédita, nace en tus entrañas. Luego un penacho ardiente, fuego y humo suben hacia el cielo, mientras las primeras cenizas se agitan en la nada al impulso de la suave brisa. Se escucha en emocionado murmullo de voces desgarradas por los sentimientos, entonar las estrofas de nuestro himno.
El racimo apretado y compacto pierde fuerza, se deshace, en realidad todo ha terminado, dentro del silencio que sigue al sacrificio todavía influenciado por las llamas, nos alejamos. Silentes con las manos unidas y apretadas, se esta formando un corro, unos tienen lagrimas en los ojos, otros esbozan una liguera mueca de sonrisa melancólica, el circulo se ensancha alrededor de las brasas, acuden poco a poco más falleros.
Los primeros cendales de la aurora se tienden sobre la ciudad, gris primero, azulado después, que la van envolviendo con un paradójico deslumbramiento que al mismo tiempo acentúa las sombras y hace el prodigio de la luz.
Aún están calientes las pisadas de la noche en las aceras, el silencio de los escaparates, el insomnio patente en el semblante de los maniquíes. Una caravana de camiones lanzan un chorro de agua, claro y ruidoso, con las mangas de riego apagando los últimos rescoldos de madera y cartón, surge un vapor humeante, juguetonas chispean lucecillas de fuego que en algún rincón dejaran su viruela sobre el asfalto.
En las calles y plazas penden gusanos de bombillas faltos de luz y color. Diminutos mástiles de tosca madera desnudos de banderas, cuelgan lacios de los balcones y ventanas, al tiempo que restos de tracas con el vientre abierto de sus petardos quedaron enganchados bajo las cornisas.
En el rostro de los primeros y madrugadores transeúntes se nota cansancio, a la vez que una renovada esperanza, pensando en que de nuevo comienza el ciclo de las próximas fallas, fiestas sin parangón que vivirán con la misma alegría y espíritu fallero… dentro de un año. ¡Esta es la grandeza de las fallas!
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