Historia casi real

20 octubre 2012 por Francisco Ponce en Relatos, Todos los artículos, ¡Cosa fina! Magazine
El que tenga una «prima» es afortunado,
y el que no, debe solicitarla, pues una «prima»
siempre es bien recibida. (El autor)

Desde que Marilyn Monroe popularizo la escena de la falda al viento en la película ‘La tentación vive arriba’ ha tenido muchas competidoras, recuerden a Kelly LeBrock en ‘La mujer de rojo’ por ejemplo.

Pues bien, mi prima Rosita no quiso ser menos y bajo al salón de mi casa tras vestirse para la fiesta, tratando de imitarlas.

Falda al vuelo

En unos años se había convertido en una mujer exultante, pero poco o nada refinada, por lo que hubo que recordarle que en su pueblo – que es el mió – suelen echar las campanas al vuelo los días de fiesta, pero ella no debía echar los muslos al viento, que no estaba bien, bueno, bien estaba para que negar ¡pero no se debía hacer!

– ¿Por qué? – pregunto entre cándida y desmañada.

Pensé que si se lo explicaba llegaríamos tarde al concierto en homenaje al maestro Verdi. Tampoco lo entendería, ya les dije que era ‘corta’ a pesar de tener largas piernas.

Mi prima era de esas lejanas que en los pueblos te adjudican de pequeña y te mandan que la cuides junto a una cuadrilla de niños los días en que subíamos a jugar por la angosta senda de piedras y tierra roja camino del viejo castillo. ¡No vaya a caerse la ‘muchacha’!

Su madre, teóricamente mi tía también lejana, le había dicho.

– Marcha a casa del primo ‘solterón’ y que te enseñe la vida de la ciudad.

Le dio mil euros y la facturó en el tren. De esta guisa fue como Rosita abandonó el rebaño de ovejas y alcanzó la capital. Lo primero que hizo al llegar fue buscar una buena peluquería y comprarse ropas entre las que se encontraba un precioso y voluptuoso vestido amarillo con zapatos a juego. Cultura le faltaba a raudales pero ‘tonta’ no era. Le sobraron dos euros que junto a una sonrisa le dió al portero de mi apartamento.

* * * * * *

Han pasado cinco años ya dejé de ser ‘solterón’ pues me casé con ella, mi apartamento está a su nombre, fue mi regalo de boda.

El solterón

Había engordado lo suyo, tanto que aquel vestido amarillo ya no se lo podía poner ni con calzador, no había conseguido excesivo éxito en refinar su compostura. En cambio mi cuenta corriente estaba exhausta, se había hecho clienta ‘VIP’ en varios comercios.

Dormíamos en habitaciones separadas porque decía tenia mucho calor. Ella lo hacia a pierna suelta, yo no paraba de dar vueltas en la cama, con tal insomnio que ni contando las ovejas que en el pueblo un día ella se dejó, conseguía conciliar el sueño.

Así son las cosas y así se las cuento. Como dijo el escritor y periodista Ambrose Bierce: ¡Brindo por la mujer! ¡Quién pudiera caer en sus brazos sin caer en sus manos!