Miserias y música de jazz

12 enero 2008 por Francisco Ponce en Relatos, Todos los artículos

Una noche en que me sentía perdido, caminando de ‘tugurio’ en tugurio’, buscando en la música de jazz la alegría que me había abandonado, lo escuché tocar el saxo maravillosamente, cuando terminó le solicité aceptara una invitación en la barra. Con rapidez me di cuenta que algo andaba mal dentro de su cabeza. Ido, como alma en pena, presa de sobredosis de algún estupefaciente, pero locuaz y simpático, advertí en el acto que sus ojos miraban a otro mundo diferente, quizá bastante mejor que el nuestro.

Melodia de jazz

Tomamos una y otra copa, cada vez que tenía un ‘bajón’ y se percataba con amargura que vivíamos en una selva a la que llamamos civilización. En aquel antro llamado pomposamente ‘Club de Jazz’ abundaban los tipos reptando por entre el lodo nauseabundo de viejas esperanzas no encontradas, bohemios de las artes, despechados por galerías o editoriales, de quienes como mucho solían recibir un toquecito en la espalda, con sus apergaminadas garras cubiertas de anillos al tiempo que con voz engolada les decían, ‘sigue trabajando, veremos en otra ocasión’.

Se respiraba humo mezcla de tabaco y hierbas extrañas, corría el alcohol y algunos buscaban un rato de charla y sexo con las horripilantes damas demasiado estiradas por la cirugía estética. Abundaban los tipejos capaces de vender a su madre por dinero. En medio de todo esto se mueve Emerson, luchando por salir por no contaminarse más. Nunca admitía un bastardo euro, ni quería un favor de nadie. Lo más que solía aceptar, era un paquete de cigarrillos, cuando andaba en la última miseria.

Saxo jazz

He aprendido a conocerlo bien. Ya sé cuando está a punto de cruzar el umbral. Entonces veo lucidez en sus ojos escondidos detrás de su negra piel, ensancha el blanco del globo ocular y sus pupilas se dilatan, para ver el miserable reflejo del mundo. Es cuando te mira con el rostro vencido y te dice ‘esto es una mierda, estoy harto’. Se queda observándote fijo con cara de y ¡tú!, que piensas. ¿Qué le voy a decir yo desde mi aspecto de pequeño burgués? Lo invito a tomar una copa, compro cigarrillos y charlamos hasta la madrugada, en cualquier fin de semana.